martes, 6 de mayo de 2008

Textos sobre el autor y su obra

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ENCUENTROS EN LA CIUDAD METAFORA (fragmento)

Por: JULIO OLACIREGUI

"Quartier Latin, Censier, Jardin de Plantes"

Cuando uno anda recién llegado por la rue des Ecoles o el bulevard Saint-Germain, viendo "las maravillosas nubes", no piensa en otras ciudades francesas como Strasbourg o Charlesville-Messiers, pero luego, poco a poco, la curiosidad, los estudios, el azar y la necesidad lo van llevando, desplazando. Gabriel Uribe Carreño vive en Strasbourg, donde ha escrito sus libros apasionados sobre Maquiavelo y sus misteriosos relatos eróticos; aquí evoca la vida del autor del célebre poema "Piedra blanca sobre piedra negra", el magnífico cholo de Me moriré en París con aguacero...* Muchos vinimos a París a estudiar, o enamorados de una mujer, enamorados de una profesora de francés, persiguiendo un fantasma de película, La maman et la putaine, con Bernadette Lafont, a quien conocimos en la escuela de danza del Marais, y Jean-Pierre Leaud, una vez me crucé con él en el bulevard Saint-Michel, vuelto ya una melodía, un poema, un mito, le dije que en Medellín el poeta Elkin Restrepo le dedicó uno de sus "retratos de artistas".

Tomado de Revista Vericuetos XXI -París, marzo 2007
(*EL PARAGUAS DE CESAR VALLEJO ).
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Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
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Director: Ignacio Ramírez , cronopios@cable.net.co
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Mejia Vallejo, Onetti y el tango congo...

Juan Carlos Onetti y Manuel Mejía Vallejo,
en las calles de París, años 80, Foto de Julio Olaciregui
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Por Julio Olaciregui

Como en el popular juego del dominó una lectura lleva a otra, o a un texto por escribir, haciéndonos participes de ecos y resonancias, convirtiéndonos en "fantasmas de amor".

Leo en Cronopios el homenaje de Dasso Saldívar a Manuel Mejía Vallejo y entonces recuerdo cuando el autor de "El día señalado" estuvo en Paris por allá a mediados de los ochenta, coincidiendo con Juan Carlos Onetti, Jacques Gilard y Rafael Humberto Moreno Durán, entre otros, en un coloquio en la Sorbona.
Logré retratarlos por esa manía de querer ser un "reportero permanente", acaso tomando notas también e imaginándome historias para ser contadas. Al ver de cerca al admirado Onetti conversando con Manuel Mejia me dije que además de nuestros padres --biológicos, caseros o carnales-- contamos también con esos totems o árboles gigantescos protectores, que son los
artistas contemporáneos cuando nos conmueven con sus obras.
Gracias a Juan José Hoyos y Alonso Aristizábal había entrado en el universo de Manuel Mejia Vallejo y luego supe que en la Universidad de Toulouse Jacques Gilard se inspiraba en sus coplas y décimas para cantar las suyas.
A Onetti lo gozamos leyéndolo desde los 70 en Medellín, prestándonos sus libros: "El astillero", "La vida breve", "Juntacadáveres" y todos sus cuentos, sobre todo "Bienvenido Bob" o "El infierno tan temido".
Ver a estos escritores allí parecía natural como la primavera pero igual nos dejó esa exaltación de habernos encontrado en la calle con un pariente querido, uno de esos "maestros" de nuestra imaginaria escuela de carpintería. Creo que así se lo expresé a Onetti cuando me acerqué para saludarlo y entonces el viejo me jaló un poco con la mano acercándome a su rostro para decirme con sequedad teatral: "lo de maestro te lo guardas".
Me dio risa esa frase y quedó grabada en la intención de recordarla ahora, unos quince años después. En la memoria literaria que se estaba escribiendo ese día de encuentros circuló la novela que acababa de publicar Rafael Humberto, "Toque de Diana", que leímos descifrando sus cualidades y su humor, sus metáforas sexuales y militares, su erudición, reprochándole acaso después, en una noche de vinos, que se preocupara demasiado en sus ficciones por un tipo de lector en particular, un destinatario ideal que sería un profesor, un intelectual o un critico literario... él se defendió riéndose con cierta modestia.

Teoría de los fragmentos
A veces se me ocurre la ociosa idea de elaborar una de esas listas de "los diez libros tales", por ejemplo los libros de autores colombianos que nos gustaron en los últimos años. Entre ellos podria figurar "El festín" de Policarpo Varón, y luego "Un hombre destinado a mentir", del tomasino-barranquillero Ramón Molinares, "Tuyo es mi corazón", del paisa Juan José Hoyos, "Una y muchas guerras", de Alonso Aristizábal, "Felicidad quizás", del bogotano Mario Salazar, "Afuera pasa el siglo", de Santiago Mutis, "Lo Amador", de Roberto Burgos Cantor, "Maquiavelo en Verona", del santandereano Gabriel Uribe Carreño, "Urbes luminosas", de Eduardo García Aguilar, "Libro del encantado", de Giovanni Quessep, "Sueños" de Elkin Restrepo, "Mi noche con Federico García Lorca", de Jaime Manrique Ardila, y las poesías de Enrique Buenaventura y Víctor Gaviria...
La lista se fue elaborando este mediodía no para ser "lisonjero", como decía Góngora, sino para tratar de coser estos fragmentos entre ellos, lo confieso.
"Los lectores --olvidando, creo, mis tres o cuatro libros posteriores-- se empecinan en señalar El festín como mi mejor o única invención; se exceden en el elogio", advierte Policarpo Varón en el epílogo de su antología grandiosa y tragicómica llamada "Actores de voz baja".
Allí Polo, como lo llaman sus amigos, lanza la teoría de los fragmentos literarios con el mismo convencimiento de los Románticos alemanes y del filosofo Gilles Deleuze: "Pienso que el mundo, la vida, el hombre y los textos se componen con fragmentos, son fragmentados, constan de momentos (...) Me gusta lo inacabado, lo fragmentario, lo provisional".

Las enseñanzas del tango

En la Universidad de Antioquia y en "El patio del tango" de Medellín, en el Chagualo, Lovaina y Guayaco, nos iniciamos en el estudio del poderoso mestizaje que funda siempre las generaciones. Ya Homero lo decía: los hombres son como las hojas, apenas una generación florece y ya va cayendo con el otoño sobre los prados, preparando el nacimiento de la próxima, o algo así...
De las generaciones de africanos que vinieron a fundar por obligación, "a palos", nuestras familias y naciones nos quedaron historias de resistencias, palenques y quilombos, pero sobre todo la música. "El tango congo es el ritmo de base de las danzas coloniales cubanas y es a Cuba lo que la calenda es a las colonias francesas. ¿Por qué el nombre de tango ?
Porque en España ese término designaba una danza popular que algunos musicólogos dicen de origen árabe (...) En nuestros dias el ritmo de tango africano es mundialmente conocido bajo los nombres de tango y habanera.
Tango para la danza, y habanera en la música culta", dice la investigadora martiniquesa Jacqueline Rosemain.
Leyendo también un diccionario --"El bantú que se habla en Cuba"-- elaborado por Lydia Cabrera, descubrimos que "tango" significa "tiempo" en esa lengua y que el Sol se dice "ntangui".
Un ejemplo de ritmo tango congo es "Mama Inés", cantada entre otros por Bola de Nieve.
En Paris, donde hay muchos investigadores de nuestra cultura y en especial del tango, como el francés Michel Plisson y el argentino Nardo Zalko, fuimos hilando esos hilos que van de la milonga, en siglo XIX, al tango clásico, tal como lo conocemos hoy en día, sobre todo gracias a Carlos Gardel.

Gardel «ancló » el tango en París y en todo el mundo

El tango, melodía de los arrabales de Buenos Aires, se bailaba en París desde comienzos del siglo XX, pero sólo la voz y la presencia de Carlos Gardel, que debutó en un teatro de los Campos Elíseos en septiembre de 1928, lo harían reinar por el mundo expresando un modo de ser, una ternura, una sensualidad, una nostalgia.
Gardel fue presentado como « la célebre vedette sudamericana, el creador de todos los tangos de moda », y cantó en una gala a beneficio de los damnificados por una catástrofe natural en la isla de la Guadalupe, en el teatro Fémina.
Su amigo, el compositor Enrique Cadícamo, el autor de la letra de « Anclao en París », hablará en esa canción de los muchachos porteños que vivían en la capital francesa.
En el libro de memorias que escribió después Cadicamo cuenta que viajó especialmente de Barcelona a París para escuchar a Gardel a comienzos de ese otoño inolvidable.
« Gardel grabó Anclao en París y tuvo mucho éxito. Yo copié del natural sobre los muchachos que no habían tenido suerte, que estaban dando vueltas por París, que habían ido con el sueño de ser bailarines y no habían sido nada. Esa derrota me inspiró. Estaban sin plata, sin fe, con ganas de volver a Buenos Aires », cuenta Cadícamo.
Cuando Gardel llega a París encuentra ya a esos « muchachos » que lo han precedido, entre ellos el bandoneonísta Manuel Pizarro, este sí triunfador, quien pasará a la historia como «organizador de tango en París » y le conseguirá un contrato de tres meses a Gardel en el cabaret Florida de Montmartre.
En París Gardel cambia sus atuendos gauchescos por el smoking, vende miles de discos y sobre todo conoce al poeta Alfredo Le Pera, un brasileño naturalizado argentino, un joven escritor que trabajaba en la sincronización al español de películas francesas.
« !Pero Ché ! ¿estamos en Paris o en Buenos Aires ? » exclama a sus guitarristas y a sus compatriotas argentinos, periodistas, bohemios, artistas, estudiantes, emocionado ante el éxito, según cuenta Edmundo Eichelbaum, quien pudo entrevistar a amigos de la época para escribir su libro «Carlos Gardel : La edad de oro del tango »
Los historiadores señalan que en París, desde 1907, ya había todo un fervor por esa música que invitaba a una danza sensual, embriagadora, que permitía enlazar a la pareja sin remilgos.
«Danza de migrantes que atravesaron el Atlántico, y cuyo instrumento fetiche es el bandoneón, el tango hace luego el viaje inverso y conquista a Europa a comienzos del siglo XX, aunque había sido domesticado, simplificado, digerido por el estilo «musette » se hace muy popular entre las dos guerras », dice Christophe Apprill, investigador francés del tango
bailado.
Los franceses inventaron la palabra « rastacouer » para esos sudamericanos, sobre todos los argentinos, que llegaban a París desde el fondo de sus hatos y estancias a gastarse la plata en París, que ganaban con la carne de vaca y los frigoríficos. Muchos de ellos contribuyeron al triunfo del ex «morocho del abasto ».
Fueron unos años prodigiosos y pese a las nubes negras de la crisis internacional que se cernían el cantor «criollo» se convertiría en una vedette, filmando a partir de 1931 para la Paramount tres películas en los estudios de Joinville, en las afueras de París, entre ellas «Melodía de arrabal ».
«París fue el marco del gran encuentro con Alfredo Le Pera, el poeta de las últimas canciones que compuso, tangos que son hoy los más célebres de Gardel, como Melodía de arrabal, Volver, Arrabal amargo, Cuesta abajo, El día que me quieras, Mi Buenos Aires querido. También fue el guionista de sus películas », señala el escritor argentino Nardo Zalko, autor de «
París-Buenos Aires : un siglo de tango » publicado por editorial corregidor.
Paris, « linterna para enamorados colgada en la selva del mundo », ciudad de todas las tentaciones, «ciudad metáfora », como la llamaría Julio Cortázar, aclamó durante los últimos tres meses de 1928 en El Florida, un cabaret de la Place Clichy, al « zorzal criollo », agasajándole, enriqueciéndole, abriéndole el camino de fama, convirtiéndolo en un divo internacional.
Como era casi millonario Gardel compraba relojes de oro por lotes de siete para ir regalándolos en los viajes a sus amigos mas queridos, a sus familiares, a la gente especial que se cruzara.
El disco, la radio y el cine hicieron conocer a Gardel en el mundo. Su voz, sus gestos, su ternura varonil, su « tropicalismo », su ángel -que luego se llamará carisma-su sensualidad de guapo, su bella cabeza a lo Valentino, su porte a lo Humprey Bogart, convierten a Gardel en « la vedette de moda », ligado a Josefine Baker, a Mistinguett, a Charlie Chaplin, en esos años de la belle époque, entre las dos guerras, dejando trazos de su fugaz presencia física antes de entrar en las fauces del mito, en el aeropuerto de Medellín, donde moriría siete años después, hallándose en el cenit de la gloria.
Su voz sentimental sigue escuchándose ahora, los sábados por la tarde, en el segundo piso del cine Latina, en el centro de París, donde francesas y latinoamericanos aprenden a « frotarse », bailando esas músicas malevas de antaño. Existen decenas de asociaciones y cursos para bailar tango en toda Francia.
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